Hoy es el día en que los muertos y los espíritus salen de sus
escondites y se mezclan con la multitud, una noche mágica y tenebrosa.
Pero no os confiéis, detrás de esas cosas siempre hay un lado oscuro,
si lo que disfrutáis son las historias de terror que os dejan un sabor de boca algo amargo, estas os encantarán.
Con motivo de la fiesta que hoy celebramos en algunos países, Halloween;
hoy os traigo una entrada especial, en la que dos autores y una
bloguera, se ofrecieron a participar y enviándome así dos experiencias REALES que les habían ocurrido a personas que conocen.
"Las palabras no tienen el poder de impresionar la mente sin el exquisito horror de su realidad."
Antes
de nada, quería agradecer a estas personas que se ofrecieron a
participar escribiendo, sin las cuales esto no hubiese sido posible, y a
todas aquellas que lo hacéis leyendo estas terroríficas historias.
Este primer relato, ha sido coescrito por los autores de una de las últimas novelas que he leído: Control Alt Escape. Un maravilloso libro publicado por SM del cual os hablo aquí
Esta es la historia que le contó su tía a uno de los autores. ¿Será verdad? Nunca lo sabremos.
LA PESADILLA
Aquella casa me llamó la atención nada más verla. Estábamos disfrutando de unas estupendas y muy merecidas vacaciones, y mi marido no entendía mi obsesión por visitar esa “ruina horrorosa”. No es que no tuviera razón, la casa se caía a pedazos, pero no sé por qué a mí me atraía, me fascinaba. Me recordaba algo y no sabía qué; una especie de déjà vu, supongo.
–Pues yo no pienso renunciar a un día de playa para ver paredes desconchadas, verjas oxidadas y maleza llena de zarzas.
No hubo manera de convencerle así que fui yo sola. Hacía un día magnífico de sol y recorrí, paseando, aquel pueblecito costero que habíamos elegido para pasar unos días de relax y descanso. En menos de una hora llegué a un cruce, al pie de una pequeña colina, desde el que partía un camino estrecho que conducía hasta la casa.
“¡¿Dónde cree que va?!”, gritó una voz a mi espalda. Me pegó un susto de muerte. Al girarme vi a una mujer de edad indeterminada con el ceño fruncido apoyada en un retorcido bastón de madera.
–Buenos días –le contesté yo bastante molesta–. Estoy dando un simple paseo, por una calle pública, así que no creo que a usted le incum..
–No suba a esa casa –Me cortó.
Me quedé tan atónita ante aquella orden que no sabía cómo reaccionar. Allí estábamos las dos, en medio del camino, mirándonos a los ojos con las mandíbulas apretadas como si fuéramos dos vaqueros a punto de batirse en duelo. De repente me dio la risa por lo absurdo de la situación. Le dije algo así como “que pase usted un buen día”, dí media vuelta y me marché.
De cerca aún me pareció más fascinante. Era muy grande y debió de ser preciosa. Una casa de estilo colonial rodeada de un jardín enorme (bueno, de lo que en su día debió de ser un jardín) y un pequeño estanque verde que en ese momento lucía lleno de hierbajos y moscas. La rodeaba una verja alta que aún conservaba algo de su antiguo porte señorial y decidí bordearla para ver si me podía colar por algún hueco. No tardé en conseguirlo pero llegar hasta la puerta de la casa fue una auténtica odisea porque innumerables piedras, zarzas, agujeros y bichos varios me hicieron tropezar unas cuantas veces y pegar algún que otro gritito de lo menos digno. Pero lo conseguí.
La puerta de entrada era altísima y se encontraba en bastante buen estado en comparación con el resto del edificio. Recorrí con los dedos aquella madera rugosa y un escalofrío me recorrió la columna vertebral al reconocer, en la aldaba, la figura de una especie de demonio de enigmática sonrisa. ¿Quién en su sano juicio elegiría ese repugnante ser para presidir la entrada a su hogar? No pude evitar la tentación de acercar mis dedos a la aldaba cuando una mano se posó sobre mi hombro. La sangre se me paralizó en las venas.
–No lo toque.
La misma voz. La misma mujer. No tuve que girarme para reconocerla. Tampoco me atrevía a hacerlo. ¡Estaba sola, en lo alto de una colina, en una casa abandonada y con una mujer que parecía estar como un cencerro agarrándome por el hombro! Sentí miedo y hubiera dado cualquier cosa por no haber ido, por estar con mi marido tan tranquila en la playa, a salvo. Pero estaba allí y tenía que enfrentarme a la situación con la mayor calma posible. Me giré y la mujer bajó la mano.
–Vaya, es usted bastante insistente.
–Es por su bien.
Su mirada seguía pareciéndome fría, igual que su lenguaje corporal y su tono de voz.
–No le gusta que pasee, no quiere que toque esta puerta... ¿es suya acaso esta propiedad?
Achinó los ojos y volvió a apretar la mandíbula.
–No. Pero lo fue.
Me esperaba cualquier respuesta menos esa. He de reconocer que captó por completo toda mi atención y que, aunque el miedo seguía atenazándome hasta el alma, pudo más mi curiosidad. Esa mujer era la clave, podría contarme la historia de aquella casa que tanto me había intrigado desde que la vi por primera vez hacía apenas una semana.
–Y no le gusta que la gente venga a verla...
–Le he dicho que no se trata de eso. ¡No tiene nada que ver con lo que me gusta o lo que me deja de gustar!
Que volviera a gritar de esa manera no me ayudó demasiado a vencer mi miedo, precisamente, pero algo más grande que el temor me empujaba a seguir indagando.
–¿Y con qué tiene que ver?
La mujer bajó la vista y suspiró. Volvió a mirarme y esta vez me pareció percibir un brillo especial en aquella mirada de hielo. Sin mediar palabra, me cogió de la mano y me dejé conducir por ella hasta un banco de piedra que se encontraba a pocos metros de la casa. Se sentó y tiró de mí para que la imitara. Tras unos segundos de tenso silencio, empezó su escalofriante relato.
–Tengo ya muchos años. Muchos. Pero una vez fui joven, me enamoré, me casé. Mi marido y yo compramos esta casa con la idea de formar aquí nuestro hogar. En el pueblo nos dijeron que estaba maldita, que no lo hiciéramos. Supongo que por eso pudimos conseguirla tan barata –sonrió tristona–. Las pesadillas empezaron el mismo día que nos mudamos aquí.
–¿Pesadillas?
–Sí. Sería más correcto decir “pesadilla” porque siempre era la misma. En mis sueños, una mujer bellísima, rubia y elegante me miraba con los ojos desorbitados mientras un hombre muy alto se acercaba a ella furioso y le clavaba un puñal en el pecho. La sangre. Un río de sangre negra brotaba de su pecho a borbotones mientras se apagaba su mirada y se desplomaba en el suelo.
–Mucha gente tiene pesadillas recurrentes. Eso no significa que...
–Cada noche el mismo sueño –continuó la mujer haciendo caso omiso de mi comentario–. Esa mujer... era tan hermosa. Su rostro, casi perfecto, era de una dulzura muy especial. Solo una pequeña cicatriz en su mentón desentonaba en aquella armonía. Mi marido al principio no le dio importancia pero llegó un momento que no pudo mirar hacia otro lado. ¿Y si la gente del pueblo tenía razón y la casa estaba maldita? ¿Y si se había cometido un crimen terrible entre esas paredes? Empecé a investigar. Y al poco tiempo mi marido me ayudó. Rebuscamos entre los antiguos propietarios, en archivos, en varios notarios, distintos documentos... y no encontramos nada. Nadie con las características de la pareja de mis sueños habían vivido en esta casa.
–¿Lo ve? No se puede hacer caso de los chismes, ni de las leyendas negras sobre maldiciones y esas tonterías.
Quise reconducir la conversación fuera del territorio de lo paranormal porque me dolía la piel de tenerla tanto rato erizada. No pude. Volvió a endurecer la mirada y a levantar la voz.
–¡Usted no lo entiende! ¡No está entendiendo nada!
–Bueno, cálmese. Solo intentaba que se sintiera mejor.
–Me sentiré mejor cuando acabe de contarle mi historia.
–La escucho.
Volvió a suspirar.
–No encontramos nada. Nada. Pero yo estaba cada vez peor. La pesadilla no me dejaba descansar y algo me decía que tenía que ver con esta casa. El rostro de esa mujer, tan bonita, con esa belleza tan inocente y pura... y esa cicatriz en su mentón que le daba un aire de fragilidad a esa hermosura. Y la sangre... ¡tanta sangre! No lograba dormir bien y mi salud se iba deteriorando. Estaba siempre cansada, adelgacé, no tenía fuerzas ni para caminar. El médico me recomendó un viaje, cambiar de aires y eso hicimos. Y mejoré. No volví a tener esa maldita pesadilla mientras estuvimos fuera. Pero volvimos y todo empezó de nuevo. Así que decidimos vender la casa. ¡Costó lo suyo! No es sencillo vender una casa maldita. Y yo estaba tan segura de que allí había ocurrido un crimen terrible... que me sentía culpable al pasarle “el muerto” a otro... nunca mejor dicho. Me fui a casa de mis padres para descansar y que el pobre de mi marido se encargara de eso. Él venía a visitarme una vez por semana y casi nunca traía buenas noticias. Muy poca gente venía a verla, muy pocos se interesaron por ella. ¡Pobre hombre! Lo dejé aquí, solo, con todo ese peso. Llegó un momento que hasta a él se le hizo insoportable. Alquilamos una casa en el pueblo de al lado y contratamos una empresa inmobiliaria que se encargara de todo. Y después de dos años, se vendió.
–Bueno, es una historia dura, pero con final feliz.
–¿Usted cree?
–Vamos a ver, señora... ¿cómo se llama usted?
–Beatriz.
–Vamos a ver, Beatriz. Ustedes investigaron a fondo. No se había cometido ningún escabroso crimen entre estas paredes ni sus sueños eran el reflejo de un asesinato ocurrido aquí.
–Eso es cierto. No lo eran.
–Entonces, ¿a qué viene todo esto? Vendieron la casa y las pesadillas cesaron. Pase página, Beatriz.
–Eso es imposible –. Dos lágrimas, espesas de sal y remordimiento recorrieron las mejillas de Beatriz–. Concedimos unos poderes a la inmobiliaria para que se encargara de todo el papeleo. Cuando nos dijeron que la transacción se había hecho y que los nuevos dueños ya se habían trasladado, tuvimos que venir a recoger las cuatro pertenencias que aún quedaban en la casa. Yo aquel día estaba muy nerviosa. Hubiera querido no conocerles, sentía remordimientos porque algo me decía que en un acto egoísta y cobarde había trasladado mis pesadillas a otra persona. Pero eso no fue lo que hice. No. Estaba equivocada.
–¡Naturalmente! Seguro que esas pesadillas eran producto de algún tipo de somatización por estrés o por...
–Lo que hice fue algo mucho peor –sentenció poniéndose en pie–. Vinimos mi marido y yo y llamamos a esa puerta –dijo señalándola con el mentón– Y cuando se abrió y conocí a los nuevos propietarios me di verdadera cuenta de lo que acababa de hacer.
–¿Por qué?
–Por que al otro lado de la puerta nos sonrieron amables los nuevos propietarios: un caballero muy alto acompañado de una hermosa mujer rubia, elegante, de rostro dulce con una pequeña cicatriz en su mentón.
Me quedé helada. Beatriz se dio media vuelta y se fue. Cuando pude reaccionar, había desaparecido. No volví a verla. Y eso que la busqué. Pregunté por ella en el pueblo pero nadie parecía conocerla.
Nunca sabré si esta historia es cierta o producto de la imaginación de una mujer desequilibrada emocionalmente. Pero cada año, cuando volvemos al pueblo, no puedo evitar sentir un escalofrío al mirar hacia la colina donde presiden, solemnes, las ruinas de una leyenda terrorífica.
Autores: Marta S.Pina y Jeremy M.Williams
Espeluznante, ¿Verdad? Pues a continuación podéis leer algunas experiencias, no sé si más tenebrosas pero aterradoras al igual.
TODA MENTIRA TIENE UNA VERDAD
Todos hemos oído cosas. A todos nos han sucedido cosas. Soy la primera que cae en el escepticismo más absoluto cuando se habla de fantasmas, monstruos y entes similares que catalogamos de "PARANORMALES". Aun así, sé admitir que en algunas ocasiones lo que ocurre no tiene ninguna explicación científica. Al menos aparente.
A mi familia siempre le ha gustado la parapsicología. Me han contado muchas experiencias, desde que se rompa el vaso en plena ouija hasta que se aparezca el espíritu de Jonh Lennon (cabe decir que esta invocación se produjo con un par de copitas de más).
Pero no voy a contar esto, aunque me podría tirar bastante rato. Me parece que todos hemos escuchado demasiadas historias sobre fantasmas que nos entran por un oído y nos salen por otro. Parece que la "energía" inexplicable que rodea nuestro mundo sólo se manifiesta cuando hay velas negras y cruces invertidas, y no es así. Ni siquiera tiene por qué ser mala.
A mi padre le salvó la vida. En dos ocasiones.
La primera fue cuando estaba haciendo la mili, allá por el Neolítico Superior. Una noche como podía ser otra cualquiera le informaron de que le tocaba hacer guardia. Para quien no lo sepa, eso significa, básicamente, pasarse toda la noche con un fusil echado al hombro en la garita del cuartel. Un coñazo, vamos. No era la primera que lo hacía, pero esta vez no le apetecía. Y no es que no le apeteciera por vagancia o algo por el estilo. Sino que tenía una sensación como "de que no". Así que hizo encaje de bolillos para cambiarle el turno a un compañero. Éste aceptó tomarle el puesto a cambio de que le devolviera el favor.
Esa noche sonó un disparo.
Hubo una especie de pelea justo cuando el hombre que estaba relevando a mi padre hacía guardia. Esa pelea acabó en un estúpido cachondeo de "¡Ay! ¡Que hago como que me disparo!". Muy gracioso hasta que se apretó el gatillo de verdad. Con el cañón dirigido al cráneo.
La segunda fue menos glamurosa.
Iba conduciendo por una autopista, de noche. Había bastante tráfico porque era sábado o algo por el estilo. Iba con unos amigos en el coche, de buen rollo, de regreso a casa. Delante de ellos había un coche tipo todoterreno. Mi padre se sabía el camino de sobra. Lo había hecho más de una vez, y se conocía cada salida, cada curva, a la perfección. Aun así, volvió a tener una sensación.
Todo sucedió muy rápido. Tomó un desvío que sabía que no era, ni siquiera había que desviarse en todo el camino. Y, justo cuando sus amigos le empezaron a gritar que qué mierda hacía, el coche que habían tenido detrás suyo metió un acelerón y tuvo un accidente bastante bestial con el todoterreno.
Un accidente que habría tenido él de no haber tomado el desvío.
Sé que parece ciencia ficción. Y podéis no creerme. Yo, sinceramente, no lo haría, así de claro lo digo. Pero os puedo asegurar, aunque no toméis mi palabra, que estas cosas sucedieron. Y más hechos así. Conozco el caso de una mujer que, hace bastantes años, prácticamente desde la boda con su actual exmarido, la alianza comenzó a hacerle una marca que le escocía en el dedo. ¿Alergia? Quizá. ¿Extraño teniendo en cuenta que tenía más joyas con la misma aleación? Mucho. ¿Todavía más extraño sabiendo que, a pesar de que se quitó el anillo, la marca seguía? Sí.
La marca no se fue hasta poco después de divorciarse, cuando ya llevaba dos meses sin el anillo.
Aquí ya no estamos hablando de un presentimiento;. Estamos hablando de una marca. Una marca que vio ella, que vieron sus padres y que vieron sus amigos. Todos corroboran la misma historia. Y no, no es el caso de una auténtica desconocida del que he oído hablar. La conozco a ella y conozco a los testigos.
¿Casualidades? ¿Mentiras?
Sólo os puedo dar un consejo: sed escépticos. No creáis en fantasmas. No os creáis cuentos de Halloween. No hagáis ouijas. No invoquéis ningún espíritu.
Pero estad atentos. Porque toda casualidad tiene un límite. Porque toda mentira tiene una verdad.
Y, ante todo, feliz Halloween.
Autora: Celia
Y aquí se acaba el especial de hoy, espero que hayáis disfrutado mucho leyendo estas historias que a mí me dejaron la piel de gallina. GRACIAS POR LEERLAS.
¡Dios! La frase "Las palabras no tienen el poder de impresionar la mente sin el exquisito horror de su realidad." me ha enamorado. Mola esta idea ¡Un saludo!
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